17 junio 2010

La crítica...

“No hablo como si fuera el último hombre, porque necesito testigos”
G. Bataille.

Observará el lector avisado que el título del libro de Alexander Cuervo, “La vía de las Máscaras” y otras imágenes”, se corresponde con el de un famoso texto de Levi Strauss, el antropólogo estructuralista. Pero no hay ningún afán culterano en el libro del “Cuervo”, como le decimos sus conocidos. Es sólo un título eufónico, y ya. De quien sea es lo de menos. Porque afortunadamente para la poesía, a Alexander Cuervo, le importa un rábano la poesía, y mucho menos ser poeta: no desfila por los cafés, bares y parques reglados por el uso y la costumbre para efectos de ser artista, en esta ciudad de Medellín, dónde la facha y la pose superan con mucho, la producción literaria real, y dónde los Rimbaud y los Lowry se acuestan con las Pizarnik y las Plath, así, porque ser poeta es eso y no el pasar horas, días, meses, pergeñando un verso inteligente o lúcido, razón, entre otras muchas, por la cual se leen a diario decenas de poemas sin hallar ni una sola voz poética definida, o por lo menos diáfana: tanto malditismo de viernes, tanta erudición de tres citas intercambiables según el escenario, tanto facilismo “automático” o “surrealista”, tanto mal polvo entre imágenes prestadas a Octavio Paz, tanto “satanismo” sin referencias claras, sólo un poco del “Anticristo” y tres canciones de “Death Metal” es realmente un panorama en el que por salud mental, y por gusto estético, es mejor eximirse del dudoso honor de ser poeta.

Pero además, Alexander Cuervo es joven. Lo cual no dice nada pero ya es mucho. Y quiere escribir: no porque la realidad lo golpee, o lo atormente, o quiera “expresarse”, sino simplemente porque le da la gana, del mismo modo en que fabrica sus esculturas, o moldea sus cerámicas. No quiere representar nada, ni dar cuenta de nada, ni de que sus amigos lo quieran más, ni de narrar la violencia, ni nada por el estilo: su único compromiso, si es que tiene alguno, es con el rigor que así mismo se impone, y al que le hace por lo menos trescientas trampas diarias. El “Cuervo”, a fin de cuentas es un mamagallista, en el sentido no costeño de la expresión: la forma en que define su libro en la pequeña nota introductoria que escribe para él, es contundente: abominación.

Alexander, permítaseme la confianza, ha creado en compañía de sus compinches, de los cuales el más recientemente adquirido, es quien estas líneas suscribe, el sello editorial “Disentería”, palabra tan desagradable, que dejo al lector la tarea de buscarla en el diccionario Larousse, o en la enciclopedia Encarta. Pero no es el afán epatar, sino sólo editar libros para los amigos, en modestísimos tirajes de cien ejemplares, a bajísimos costos: Literatura para obsequiar, de un modo casi clandestino: nada que ver con la parafernalia de los “jóvenes escritores” que cada ocho días revolucionan la literatura mundial, bautizando algún canábico círculo con algún nombre dantesco, o publicados por alguna editorial prestigiosa, para corroborar la ya sabida condición de inerme que tiene la literatura: publica grandes tirajes para que todo siga igual, empezando por la postura “crítica” del autor, o si no, pregúntenle a Fernando Vallejo, o el arte de echar madrazos sin ofender a nadie.

Es poesía de ciudad, sí, pero sin nexo alguno con aquello que llaman “poesía urbana”: la poesía de “La vía de las Máscaras” y otras imágenes”, es poesía sin recargamientos, con la perfección que sólo rara veces se ve en libros de este corte, tales como “Poemas para leer en el Bus” de Rubén Darío Lotero, o “Siendo en las cosas” de Orlando Gallo. Dentro de las múltiples tendencias de la poesía en Medellín, esta es quizá, la que menos cultores de respeto tiene, precisamente porque habla de lo que todo el mundo ve. Porque poesía de ciudad, es muy distinto a poesía urbana: la primera universaliza, y hace universales las imágenes de lo cotidiano citadino; en la segunda se desmadejan los lamentos de las mil frustraciones insignificantes del urbanita postmoderno. Alexander Cuervo: Por fin un poeta joven de cuerpo y mente.

Daniel Jiménez Bejarano.
Yermo de Nuestra Señora.
Julio y 2003.

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