11 octubre 2010

Para hacer carboncillo (apuntes sobre el material)

Domingo ‎25‎ de ‎mayo‎ de ‎2008

“El artista elige ciertas materias en relación a su propósito estético y es consciente –o debería serlo– de otras implicaciones culturales y sensoriales de ese material. A veces las connotaciones son tan fuertes, que una pequeña cantidad de material o un color determinado puede conllevar de forma automática una serie de sugerencias”.

“no sólo el material afecta nuestra percepción,
sino las ideas e imágenes a él asociadas, derivadas de la experiencia”.
Bernárdez.

En la escuela de artes era constante escuchar lamentarse por la falta de materiales para trabajar. “El arte es un estudio muy caro”, se piensa porque las pinturas, herramientas y demás elementos que se usan para producir cuadros, esculturas y demás, son relativamente costosos en el mercado. Pero a la hora de producir, el artista no debe detenerse por nada, la falta de recursos está emparentada con la pobreza de espíritu. Antes que herramientas físicas, el artista debe procurarse esos recursos que parten de la exploración del entorno, de la curiosidad y la inventiva. Este tipo de cosas le dan un valor agregado a la propuesta, porque lo que se produce proviene de lo simple y lo propio que le dan esa función al arte de hablar del artista en relación a su entorno y su tiempo (Su cultura a partir del material).

En una clase algún día un profesor nos decía que los lugares donde la gente que pintaba floreros, se procuraba sus materiales, eran las tiendas especializadas en vender productos para el arte, en cambio los artistas se procuraban sus materiales en ferreterías, depósitos, almacenes de venta de productos químicos y de la tierra misma.

Una propuesta plástica debe iniciar, de la mano con lo que se quiere decir a nivel conceptual, con la exploración del material. Si el problema es la falta de dinero, más pronto hay que lanzarse a conocer el entorno y descubrir que aparte de lo que se compra está lo que regalan, lo que otros desechan y lo que se puede extraer de la tierra.

El dibujo es quizás una de las actividades humanas más básica y compleja a la vez, con simples líneas se representa el mundo como se percibe, independiente de la habilidad que se tenga para hacerlo. Es necesario tener a la mano cualquier materia que raye y un soporte sobre el cual practicarlo. Para dibujar bastará con un trozo de carbón sobre infinidad de superficies, lo hicieron nuestros antepasados en cavernas, los orientales, marginados dentro del panorama artístico clásico, elaboran tradicionalmente unas barras de carbón amasado que por si solas ya son un elemento bello. El carboncillo es una técnica del dibujo que se viene practicando desde tiempos remotos y los artistas se procuraban su material teniendo en cuenta que con una madera más o menos dura podían obtener un carboncillo más o menos duro.

Hacer el carboncillo no es complicado, debe procurarse unos trozos de madera que no tengan nudos y que puestos a quemar, sin llegar a la combustión completa, queden carbonizados y convertidos en barras finas.

Para quemarlos, se toma un tarro metálico con tapa (por ejemplo un tarro de leche en polvo), se le hacen orificios alrededor con un clavo, allí se depositan las barras de madera y se tapa para luego ponerlo sobre el fuego directo, en una fogata. El tarro debe voltearse para que la madera se queme uniformemente, pero el tiempo en que se debe dejar para llegar al punto perfecto aun no lo he calculado porque varía de acuerdo al calor producido por la fogata y al tipo de madera.

Es recomendable para un carboncillo de dureza intermedia utilizar trozos de rama de sauce llorón (Salix babilónica). Para un carboncillo suave es posible usar trozos de pino.

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“La fabricación de los sumi, palillos de tinta que usan los calígrafos japoneses, data de hace dos mil años en China, donde se hacían quemando pino. La compañía Kobaien fabrica el 25 por ciento de los sumi de Japón. Cada dos horas Yoshiro Sakaguchi entra a una cámara llena de una aceitosa niebla de hollín que se encuentra en las tapas de las lámparas de aceite de nabina. El hollín se mezcla con pegamento de cuero de vaca y perfume. Toshitsugu Okabe amasa la mezcla con los pies, luego enrolla el material en pequeños cilindros y los presiona contra moldes decorativos. Los palillos se secan lentamente en ceniza húmeda y se cuelgan hasta por tres meses. Los sumi se hacen sólo en el invierno, pues el pegamento se echa a perder con el clima cálido.”

Nacional Geographic. No. 1, Vol. 5. Julio de 1999. p. 88 – 89.

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