16 junio 2010

Editorial - Más marrano


Inmediatamente el marranito ve la luz del mundo, con un cordel de pita le amarran el cordón umbilical y se lo cortan con tijera... Es todo un arte porque si queda mal amarrado le puede traer muy malas consecuencias al animalito (muy flojo se desangra, muy apretado le produce una hernia).


Luego de cortado el cordón umbilical, al marranito le proceden a cortar los colmillos con un cortaúñas, porque nacen con ellos muy grandes y si muerden a la marrana cuando los está amamantando esta los puede matar.


Finalmente les cortan la cola con tijera y les aplican yodo en aerosol en todas las heridas para desinfectarlos.


En nada envidiamos la suerte del marrano, pero si agradecemos a nuestra bella cultura que exista la práctica de sacrificar a este curioso animal para la preparación de deliciosos platos. Pero no vamos a entrar aquí en un dilema moral porque, para que son bobadas pero, a nosotros si nos da lástima cuando matan al animalito, pero nos alegra mucho cuando el chicharrón que reposa en nuestro plato tiene más de siete patas.

Los marranos: mamíferos rechonchos, de piel generalmente rosada o parda, pelo grueso, hocico chato, grandes orejas, patas cortas, y cola pequeña, nacen, crecen, se reproducen y nos los comemos.

La marranada, símbolo de abundancia, es una actividad de reunión fraternal, de excesos, que afirma nuestra antioqueñidad. En torno al sacrificio del marrano se une la familia, la cuadra, el grupo social. Aunque a veces resulten también en desavenencia porque "a tal le tocó la cola"; que "a este le dieron más tocino"; que "a mí no me tocó siquiera un gusanito de cañón"…

“Vayan por el señor carnicero pa’ que mate el marrano que ya lo van a traer”, grita la matrona de la casa, y los  "pelaos" corren por el señor, que un poco más tarde aparece con su ayudante y una maleta grasienta con la herramienta que está compuesta por un chuzo, varios cuchillos muy bien afilados, la chaira para asentarles el filo, un hachuela y la piedra de amolar… Entre varias personas manean a la víctima y lo recuestan a fuerza de bregas para que su verdugo le propine la puñalada marranera en el costado izquierdo a la altura del corazón

La imagen del marrano nos es común desde la infancia y está presente en muchos aspectos, objetos y espacios de nuestra cotidianidad. Quién no recogió platica en un marranito de barro y después lamentó romperlo para sacar el capital; quién no vio las aventuras de Porky Pig, el marrano “tatareto” amigo del conejo de la suerte o quién no escuchó el cuento de los tres cerditos y sintió lastima por el pobre lobo que no pudo deleitarse con tan ricas chuletas.


Publicado originalmente el 2 de enero de 2008 en el blog de DISENTERÍA.

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