14 julio 2010

Augusto el tren de la muerte

Augusto “frijol” era de esos pelaos que cuando van a salir a la calle la mamá siempre les da recomendaciones, que “mijo acomódese el cuello de la camisa”, que “no se le olviden la llaves, que la billetera, que “no vaya a beber mucho” que porque “eso le hace mucho daño” y que pórtese bien. Nosotros lo estimábamos bastante, posiblemente por el aspecto enfermizo que tenía, era chiquito y flaco como un palillo. Nos hacía reír muchísimo, porque tenía una gracia de saltimbanqui nato y un montón de tics nerviosos.

Un sábado, de esos de pogo y bebida, fuimos por él a la casa y después de mil recomendaciones de la mamá, salimos para donde “el nieto” que era otro miembro habitual del combo. Rato después de comentarle el plan y la intención de armar el parche en la casa de él, nos dijo que no se podía que porque allá estaba la abuelita y que ella era muy brusca para poguear, que una vez le había reventado la boca al “burro” y a “carelapida” la cabeza con un bastón de macana.

Entonces decidimos ir donde “carelapida” que cada rato decía que cuando quisiéramos armáramos parche en la terraza de la casa de él. Una hora más tarde estábamos subiendo grabadora y llamando más combo. Había una garrafa de ron y una caja de cervezas. Todo iba muy bien, la garrafa estaba por la mitad y en la caja sólo quedaban dos cervezas, las mismas que quedaron allí desamparadas debido a la tragedia que sucedió. El pogo estaba suave, cantábamos himnos a la cerveza y algunos sacaban la cabeza por el balcón para devolver al mundo lo que se merece. Hasta que sonó la canción “Bestia, bestia” de los verdaderos Ilegales.

“Si crees que la calle cuidará de ti
Te romperán el cráneo en la primera esquina
Hay muchas navajas por ahí
Y puede que alguna te raje a ti…

Bestia, bestia…”

Entonces se paró el “burro” que estaba pasmado en una silla. Ese tipo era un “animal” que a sus escasos 16 años ya medía como un metro con noventa, tenía la espalda tan ancha como para pegar avisos publicitarios en ella y unos brazos de almádana que siempre parecían dispuestos a golpear. Saltó al pogo como un demonio toreado y le pegó un cargazo al pobre flacucho de “frijol” que lo mandó en un instante sobre el balcón, yendo a parar a la calle, tres pisos abajo. Lo único que dijo el “burro”, viéndolo caer, fue: “¡Hay jueputa, si no se mata queda bobo!”. Y no se mató… quedó postrado en una silla de ruedas, más pálido y flaco que siempre.

Después del accidente no lo olvidamos, los domingos lo sacábamos a pasear y lo llevábamos cuando nos parchabamos en la esquina de arriba a tomar cerveza. Pero Augusto si quedó fue bobo del todo, meneaba la cabeza de un lado a otro repartiendo babas a diestra y siniestra, sacaba el pipí delante de todos y se hacía la paja y fuera de eso, se tiraba unos peos más hediondos que el diablo.

No sé como fue que ese día salió rodando, seguro fue que se nos olvido ponerle el seguro. Tres cuadras, loma abajo, rodó el pobre hasta que se estrelló contra un barranco. Algunos vecinos que lo vieron pasar frente a sus casas, con esa sonrisa desbordante y la mano en el miembro, dijeron que parecía una máquina a vapor, que lo único que le faltaba era hacer ¡Tuuu, tuuu! Y otro señor que lo vio pasar frente a su puerta gritó: “¡Pobre tullido, si no se mata queda bobo!” Pero más bobo no podía quedar.

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