14 julio 2010

Jeringa grasienta

Entre el combo de los que salíamos a trotar los domingos al estadio estaba Fredy Alvear. Comía hasta mierda, si se la ponían bien adobada y pasada por manteca (la grasa en general). Huevos, chorizos, chunchurria, morcilla, empanadas, tortas de pescado. Eran sus favoritos, pero nada que decir de las butifarras que eran su debilidad. Él nos contaba que se transportaba a otro mundo cuando las mordía suavemente y se le chorreaba la grasita por la boca, cerraba los ojos y sentía el picante –este sentimiento es algo así como el amor –afirmaba. Y se le repetía cada vez que las comía.

¿Quién creyera? Que Fredy con toda esa grasa que se comía era flaco, con decir que le pusimos el apodo de "Jeringa". Mejor dicho ese man era envidiado por todos los gorditos que por más dietas que hacen no pueden bajar de peso.

Un día que estabamos en el estadio, como el Fredy estaba luquiado, nos invitó a comer a un chuzo de esos que hay por ahí afuera, que son dos bafles debajo de una carpa, una fritadora y una vitrina atestada de cosas de comer, de una apariencia algo respetable, cuatro mil moscas o más, dos negras que atienden con delantales curtidos y un negro que pone la música champeta y vallenata a todo taco –le dan a uno ganas de volverse corroncho... pero para suicidarse y dar ejemplo–. La mayoría nos comimos de a una empanada, porque se llenaba uno viendo la manera de tragar chatarra de Fredy "Jeringa". Nos decía: "Coman, coman muchachos que esto no se ve todos los días", Con la boca llena de chunchurria, luego se embutía tres chorizos, una vara de morcilla, cinco chuzos de cerdo, en fin, toda variedad de cosas que veía. Hasta se comió una careta de marrano entera con papa, yuca y arepas, y se merco diez mil pesos en butifarras –que no le podían faltar –para seguir comiendo en el camino. En el bus, la gente se tapaba la nariz debido a la hedentina del contenido de la bolsa, y "Jeringa" muy feliz ni se inmutaba, concentrado en su mascurreo; lanzaba las bolas de carne desconocida al aire y las atajaba en su boca cual maromero de circo pobre. En la tarde cuando llegamos a su casa, el flacuchento garoso ese se nos maluquió y tuvimos que llevarlo a la intermedia de Castilla. El médico le dijo que tenía el colesterol altísimo, que no podía comer grasa y que debía llevar una dieta vegetariana –¡Ese era el fin para "Jeringa"!–. Al cabo de una semana se le veía deprimido, pálido y tembloroso. Rebajó dos kilos, parecía un esqueleto viviente y no volvió con nosotros al estadio.

Y llegó diciembre que es el mes de la parranda. Como siempre acostumbrábamos, alquilamos entre todos los amigos y amigas un bus para ir a ver los alumbrados –Bueno, ese es el pretexto para beber ese día, porque lo que menos se ve es alumbrados–. Fuimos a la playa, al edificio "inteligente" y cuando llegamos al paseo del río fue cuando ocurrió la crisis a Fredy, debido a que en todo el trayecto colocan ventas de toda clase de porquerías: desde artesanías, chorro, juegos de curí, hasta comida. Entonces empezó a ver las butifarras por montón; al principio las miraba de reojo y con cierto odio, como si ellas lo hubiesen traicionado. Pero luego vio lo que iba a acabar definitivamente con su existencia: las butifarras más grandes que él había visto y nunca más volvería a ver en su vida, eran como veinte veces más el tamaño de las normales… En ese instante lo agarró un temblor y unos nervios los verracos, los cuales se le acrecentaban con los gritos de la negra del chuzo: ¡Butifarras, butifarras, las más grandes del mundo! –Eso parecía amor a primera vista–. El Fredy no llevaba casi plata, entonces comenzó a pedírnosla prestada, que él nos la pagaba como fuera. Nosotros le decíamos que no, que se acordara eso como le hacia de daño, pero empezó a volverse más insistente y suplicante, y no tuvimos mas de otra que prestársela cuando iba a empezar a llorar. Se compró cinco mil pesos de "las butifarras más grandes del mundo", se las engullía sin piedad; a nosotros se nos salían las lágrimas al ver su alegría y decíamos que ese hombre no tenía boca sino "tarraya". Hasta que en la tercera, soltó la bolsa y se agarró la garganta con las dos manos, se puso morado y brotaron sus ojos, luego cayó al piso convulsionando... Fredy "jeringa" murió atragantado por una herradura.

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