Basado en la canción Destruye de la agrupación Ilegales de España.
“Carlitos” se pasaba horas enteras en el zoológico, sentado en una piedra al lado de las jaulas, contando sus problemas a los tigres. Parecía que tuviera los zapatos clavados al piso, nunca se cansaba de la misma posición y sólo articulaba la boca. Solamente se movía cuando el celador del “zoo” se le acercaba a decirle: “Bueno muchacho, váyase para la casa que es hora de cerrar”. Le contaba a las fieras de apariencia mansa que lo miraban con atención, que él cuando pequeño era una “mierda”, o bueno, eso era lo que decía su madre, que tuvo una novia a la cual un día vio con otro “pelao” y cuando fue a hacerle el reclamo, lo cascaron entre los dos… Tarde se dio cuenta que la mirada fija de los tigres no atendía a un interés por los problemas de él, sino a un beneficio gastronómico a favor de ellos.
La primera vez que intentó suicidarse, salía de darse una ducha y como no encontró nada cortante a un metro de distancia pretendió cortarse las venas con la rasuradora eléctrica pero cuando la conectó un corto circuito lo arrojó contra una de las paredes del baño. Esto lo dejó atontado por varios días, con un beriberi extraño y siete puntos en la cabeza.
A “carlitos” lo obligaban a ir a la escuela, le colocaban diez relojes despertadores de los más ruidosos que había en el mercado, pero no sonaban al tiempo, sino a intervalos de quince segundos. Y si ese día definitivamente se resistía a ir, lo sacaban de la casa a punta de correazos, con la pesada maleta terciada al hombro y la lonchera llena de cosas que a él no le gustaban. Cuando estaba en la escuela recordaba a la “seño” en el kinder echándole ají en los dedos para que no se los chupara. En el colegio recordaba a la “maestra” en la escuela pegándole con una regla de madera en las nalgas, diciéndole al tiempo “Eso no se hace”. Bloqueó toda su atención en contra de cualquier cosa que tuviera que ver con matemáticas, ortografía e historia, odió a los “profes” de dichas asignaturas, siendo los primeros a quienes destruyó su auto, cuando entró a la patrulla de “LOS CHICOS REBELDES”. Se la pasaban tirando piedra contra la privatización de alguna institución pública. A veces se tomaban la universidad y lanzaban petardos contra la policía, luchaban largas horas y gritaban consignas contra el paramilitarismo, el imperialismo, el neoliberalismo y otro tanto de “ismos” más… Un día se dio cuenta que eso lo hacía sólo por hacer fluir adrenalina y quemar neuronas, que la revolución no existe y que cada cual, por más “caca” que hable, lucha por sus intereses particulares.
La segunda vez que intentó suicidarse, sacó un revolver que el papá guardaba en la mesita de noche. Horas más tarde estaba sentado en el quirófano, perdió el oído derecho, el revolver era de fulminantes. Los médicos pudieron haber hecho algo si el desdichado no se hubiera detonado el tamborado completo con el “arma” pegada a la cien.
Cuando “carlitos” fue al ejercito siempre se preguntó: “¿A dónde van los tiros?”. Además nunca quiso estar allí. Se mantenía recluido en el calabozo. Una vez lo “encanaron” porque en la práctica de tiro no atinó al blanco sino a un negro que iba trotando por la pista. Pronto se dieron cuenta que el calabozo no era escarmiento para él, pues allí era donde podía estar tranquilo, le daba igual, su verdadero castigo era el servicio militar. Salió más rápido que el resto de los que ingresaron con él. No querían tener más a un demente en las filas. Ese día quiso dirigirse directamente al zoológico pero tuvo que pasar donde el dentista debido a un dolor de muelas que lo aquejaba. Le extrajeron las cuatro cordales al tiempo. Luego no se dirigió a su casa como debió hacerlo sino donde quería ir desde el principio y no se sentó en la piedra a contarle sus problemas a los tigres, como de costumbre, sino que procedió a abrir las jaulas con la esperanza de que las fieras escaparan y se dirigieran al consultorio del dentista para devorarlo completamente. De esa forma se vengaría de ese individuo “depravado” que tanto dolor le había causado… Ese mismo día se enteró que los animales estaban viejos, enfermos, entumecidos y bastante desanimados para descubrir el mundo.
La tercera vez que intentó suicidarse, tomó los cordones de los zapatos, los unió, les hizo un nudo corredizo y luego procedió a atar el otro extremo al alambre de colgar la ropa. No recuerdo si fue el alambre o los cordones los que no resistieron el peso de su cuerpo, el hecho fue que cayó desde la terraza al patio fracturándose la pelvis. Esto le significo seis meses en la cama guardando reposo enyesado desde el ombligo hasta la mitad de los muslos, sólo con un orificio para expeler los excrementos. Desde aquel suceso no le quedaron ganas de volver a intentar suicidarse, descubrió que en la televisión hay todo un mundo por descubrir.
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